viernes. 19.04.2024

"Flash". El sonido de un foco que se enciende. Alumbra a un escenario. Vacío. No hay actores que lloren en sus tablas, ni bailarines que giren en su tarima. Hay un hueco, sólo, vacío. El telón está arriba, sí, pero no hay actores, no hay dramaturgos, ni directores de escena, tampoco hay público. 

La pandemia ha convertido la vida humana en una paradoja; hay mucha gente que vive, pero también otras muchas personas que no sobreviven. Vivimos un confinamiento que obligó a paralizar por completo el país, locales y empresas cerradas, con miles de personas en ERTE y los autónomos y pymes haciendo equilibrios en una cuerda floja. Todos los sectores de la economía quedaron congelados. 

La paradoja de la cultura está enredada con la COVID-19, las restricciones y las medidas de seguridad. Y digo que es una paradoja porque el confinamiento fue el momento de más consumo cultural desde hace varios años. Devoramos libros que estaban olvidados en las estanterías, hicimos maratones de películas tarde sí y tarde también. Vimos las ocho temporadas de esa serie que estaba a medio acabar. Escuchamos música, mucha música. 

La cultura se convirtió en nuestra "Vía de Escape", esa parte de nosotros que quería olvidar por un rato el monótono día a día y vivir aventuras, atravesar la pantalla. Como si la vida real no hubiera superado con creces a la ciencia ficción. Si tanto queríamos escapar, ¿por qué no consumimos cultura cuando los teatros, los cines, los pequeños recreativos, o los pequeños locales de ocio están de nuevo abiertos?

La respuesta atañe a varios factores, aunque probablemente el que suene con más fuerza es el miedo al virus, al contagio. Y no es porque los espectáculos o las salas de cine o teatro no se hayan preparado para las nuevas medidas sanitarias, es simplemente que no nos sentimos seguros. Aún cuando el mundo de las artes clama al cielo por ayudas, cuesta volver a los viejos hábitos. El otro gran factor son las ayudas económicas, esas que parecen no llegar nunca, pero que sin ellas, los espectáculos no podrían volver a levantar el telón.

Y entonces pienso, recuerdo esa sensación cuando, sentada en el patio de butacas, se me erizaba la piel por escuchar los versos de Calderón de la Barca o los de Juan Mayorga. Da igual si era cine francés en los Renoir, o el musical de "El Rey León" en Gran Vía. Ya podía ser baile contemporáneo, flamenco, ballet clásico que la sensación estaba siempre ahí. Es cuando me doy cuenta de que sí, lo hecho de menos. Pues eso era arte, el arte en vivo y en directo.

Hay veces en las que no soy capaz de entender cómo se deja de lado a la cultura, cuando es algo inherente al ser humano: complementa, inspira al hombre. La necesidad de cultura siempre está ahí, queramos verlo o no. Si sólo recurrimos a ella cuando estamos mal, la balanza no está equilibrada. Quizá sea hora de echar una mano a quienes nos ayudaron en esas horas de escape.

Tarde o temprano el arte siempre vuelve.  La función debe de comenzar. La cuestión es darse cuenta antes de que sea demasiado tarde, para que ese foco encendido no se apague y podamos disfrutar de la función. 

"Flash".

Cultura: la crónica del arte en la cuerda floja