jueves. 28.03.2024

En Torreblanca, a las afueras de Sevilla, el colegio Menéndez Pidal ha conseguido una fuente de inspiración que podría servir para enganchar a los estudiantes más remisos a acudir a clase en plena pandemia, con un vuelvo a la vertiginosa estadística de absentismo. Si el pasado septiembre el 80% de sus 140 estudiantes de infantil y primaria no asistían a clase, ahora no lo hace un residual 2%.

Luis Miguel Romero, el directo, es una ametralladora de superlativos, sonrisas y buena onda que ha estimulado a sus 23 profesores que desde el pasado agosto que aterrizó en difícil este empeño con un manojo de 70 llaves y sin conocer a nadie. "La gente veía el cole como una obligación y una amenaza, ya que, si no traía a los niños, servicios sociales se los quitaba. [El centro escolar] no tenía identidad ni apego y quisimos cambiar la imagen para que lo percibieran como algo guay que sus hijos se estaban perdiendo. Y lo hicimos con mucha comprensión, empatía y firmeza. La estrategia macrosocial ha sido un pelotazo” explica satisfecho.

Las razones de su éxito son muchas, pero el entusiasmo contagioso entre los docentes destaca. Una formidable mano izquierda para persuadir a las familias más reacias, haber captado todos los fondos de instituciones y ONG a su alcance, pintar el colegio con alegres grafitis y su apuesta por sacar al patio las actividades lúdicas para espolear a los alumnos y activar sus sentidos, inspirado en el método Montessori: un huerto, clases de taichí, un hotel insectívoro o un tablero gigante de ajedrez. "Tírate al césped, súbete al olivo, pero lee” le decía Romero a sus alumnos. El centro está en continuo bullicio y los colores predominan en sus muros, columnas y pasillos. 

Torreblanca es el cuarto barrio más pobre del país, con 5.944 euros de ingresos por persona y año, según el Instituto Nacional de Estadística y 18.295 vecinos que sufren una tasa de paro desorbitada. El colegio Menéndez Pidal se encuentra en la parte más desfavorecida del barrio, cerca del aeropuerto y pegada a la zona de El Platanero, donde los helicópteros de la policía interviene a menudo contra los clanes de narcos.

“Me encantan las matemáticas y lo que más agradezco es que nadie se pelee” cuenta Doha, de 9 años, en una clase con 14 alumnos y un considerable nivel de ruido, globos morados, relojes, diccionarios y pizarra digital. Paloma González, profesora, explica que que los conflictos “vienen a menudo por sus vivencias en el hogar”. En este curso, a medida que los alumnos volvían progresivamente a las aulas, el colegio se pintaba de morado por el día internacional de las mujeres, el 8-M y se adoptaba como referente a María Goyri, la investigadora y esposa de Ramón Menéndez Pidal.

Noelia Castillo, es la trabajadora social que ha seducido a bastantes familiar para el regreso a clase de sus hijos en los últimos nueve meses. Los padres al principio tenían miedo al coronavirus pero Castillo les explicó que los problemas clínicos de los familiares cercanos no impedían que sus hijos fueran a clase. De los ocho casos derivados a servicios sociales para que medien con las familias, solo uno terminó en la Fiscalía de Menores, que ahora estudiará si denuncia a los padres por impedir el derecho a la educación de su  hija.

Los alumnos no son expulsados del centro salvo por agresión a profesores y en su lugar, son llevados a una clase donde hacen tareas en solitario. “Su objetivo [del alumno conflictivo] era salir y estar en la calle y eso solo perjudica al menor”, cuenta Castillo. El inspector  educativo Miguel Baldomero que supervisa este colegio y otros 20, coincide en que la expulsión es contraproducente. “Hay centros que se escudan en la falta de recursos”, alega.

Romero, que fue docente en Los Junquillos, un barrio desfavorecido de Cádiz, recorre hoy125 km desde Rota para trabajar y para volver, aprovecha los viajes para tener reuniones por teléfono, “No asustamos a las familias, sino que les explicamos que tendrían tiempo para hacer sus cosas y mejorar su convivencia. Y una clave es reventar el embarazo adolescente. Si con 16 años obtienen un grado medio, eso les cambia generacionalmente”. Cada día cambia el estilo musical que suena por los pasillo y exteriores, Baldomero ensalza la tarea del director: Le ha pegado al colegio un vuelco brutal hasta paliar el absentismo a un ritmo vertiginoso. En el Polígono Sur [otro barrio sevillano desfavorecido] también ha bajado, pero no tanto. Luis Miguel ha roto con la dinámica de trámites burocráticos y es complicado ese liderazgo. Ilusiona verlo hablar”.

El colegio se ha convertido en una comunidad de aprendizaje, un sistema que involucra a las familias y las mete en las aulas para contribuir al aprendizaje general. El 100% de los estudiantes del centro son beneficiarios del plan de la Junta para la garantía alimentaria para escolares en situación de exclusión social y el 98% carece de dispositivos electrónicos para hacer la tarea a distancia. Durante los peores meses de la pandemia, se repartió comida y ropa como si fuera una ONG. “Ahora todos los que puedan repetir, repetirán, para dignificar los niveles de competencia curricular. La exigencia y firmeza es innegociable, hay que ser coherente”, comparte el director.

Fuera del aula, los alumnos han aireado sus ideas y dificultades de la pandemia recolectando habas y guisantes y plantando fresas, sandías, tomates y puerros, entre los que se cuelan mantis religiosas y saltamontes. “La experiencia es muy útil para hablarles del ciclo de la vida” resume Belén Gómez, encargada del huerto.