Casi la mitad de jóvenes de la Generación Z se sienten solos y desconectados

La soledad gana peso como reto de salud pública: el aislamiento daña el bienestar y Cigna Healthcare propone reforzar vínculos reales y un uso digital más consciente

El mundo nunca había estado tan conectado. Teletrabajo, movilidad constante, chats sin pausa y relaciones que pasan por una pantalla han instalado la hiperconectividad como norma. Pero ese “siempre online” no garantiza compañía real.

En paralelo, la soledad gana terreno como problema de salud pública. Cambia la forma de crear vínculos, se debilitan los lazos y el sentimiento de pertenencia se resiente. El resultado: más gente rodeada de interacciones, pero con menos apoyo estable en el día a día.

Las cifras empiezan a encender todas las alarmas. Y lo más llamativo es que el impacto se nota con fuerza en quienes más viven pegados a lo digital.

  1. Gen Z: mucha pantalla, poca conexión emocional
  2. La OMS pone números a un riesgo silencioso
  3. Baby Boomers: el grupo que mejor resiste
  4. Cuatro medidas para frenar el aislamiento

Gen Z: mucha pantalla, poca conexión emocional

El Cigna Healthcare International Health Study retrata una paradoja: en un entorno hiperconectado, una parte importante de la Generación Z se siente fuera de lugar. En concreto, el informe señala que el 46% de los jóvenes de la Generación Z se siente excluido o desconectado de su entorno social.

El dato es claro: más tecnología no implica vínculos más fuertes. El mismo estudio añade presión al escenario: el 35% de los jóvenes de la Generación Z convive con al menos una condición de salud mental. Y, además, hasta un 40% reconoce no contar con nadie de confianza cuando necesita apoyo en temas de bienestar emocional.

Cuando faltan relaciones cercanas, la sensación de aislamiento se instala con facilidad. Y gestionar el malestar se vuelve más difícil. La soledad deja de ser solo una emoción puntual y pasa a convertirse en un factor de riesgo con impacto real.

"La soledad y el aislamiento social no tienen únicamente un impacto emocional, sino que también afectan de forma directa al organismo. La falta de vínculos sociales sostenidos se asocia a mayores niveles de estrés crónico, trastornos de salud mental, alteraciones del sueño, desequilibrios hormonales y una mayor activación del sistema simpático, aquel que regula las respuestas de lucha y huída, aumentando la presión arterial y la frecuencia cardiaca. Asimismo, los datos muestran que el 70% de las personas con bajos niveles de energía, optimismo o propósito vital presentan una mayor sensación de soledad, lo que refuerza la necesidad de abordar la conexión social como un pilar fundamental del bienestar", explica la Dra. Daniela Silva, especialista en Medicina Interna y E-Health Medical Manager de Cigna Healthcare España.

La OMS pone números a un riesgo silencioso

El problema no se queda en la percepción. La Organización Mundial de la Salud ya advierte de la dimensión del fenómeno y lo vincula a consecuencias graves para la salud.

Su estimación es contundente: cada hora fallecen cerca de 100 personas en el mundo por causas relacionadas con la soledad o el aislamiento social. Traducido a un año, la cifra ronda 870.000 muertes. Un recordatorio directo de que la conexión social también es prevención.

Este impacto encaja con lo que describen los expertos: más estrés sostenido, peor descanso y un cuerpo en alerta más tiempo del necesario. En ese contexto, la soledad se convierte en una carga que se acumula en silencio.

La urgencia es evidente: detectar señales pronto y actuar puede marcar la diferencia antes de que el aislamiento se cronifique.

Baby Boomers: el grupo que mejor resiste

Frente a esta tendencia, hay un contraste llamativo. La generación de los Baby Boomers aparece como el colectivo con una red social más firme y estable.

Según el mismo enfoque descrito, el 81% afirma sentirse acompañado y formar parte de relaciones estables. Su fortaleza se asocia a vínculos construidos con más contacto directo, continuidad y apoyo sostenido, lejos del ritmo de la hiperconectividad digital.

Ese modelo prioriza el cara a cara, la conversación sin interrupciones y la presencia compartida. Y, con el paso del tiempo, suele consolidar relaciones que se mantienen.

La comparación deja una pista clave: no todo es cantidad de interacciones, también cuenta la calidad del vínculo y su continuidad.

Cuatro medidas para frenar el aislamiento

Ante este escenario, los expertos de Cigna Healthcare insisten en impulsar hábitos y decisiones que favorezcan la conexión social real. No se trata de cambios imposibles, sino de medidas concretas y sostenibles.

El objetivo es prevenir el impacto de la soledad y el aislamiento en la salud con acciones simples, repetidas en el tiempo y fáciles de medir en la rutina diaria.

Recomendaciones destacadas:

  • Detectar la soledad a través de señales cotidianas. No siempre se presenta como “sentirse solo”. Puede aparecer como dormir peor de forma continuada, evitar planes antes apetecibles, arrastrar cansancio persistente o perder motivación para relacionarse. Unos minutos de reflexión personal o una conversación con alguien de confianza ayudan a identificar el problema antes.

  • Incorporar el autocuidado como factor protector frente a la soledad. La evidencia científica relaciona actividad física regular, alimentación equilibrada, luz natural y buen descanso con una mejor regulación emocional. Mantener rutinas básicas, como dormir entre siete y nueve horas, realizar al menos 150 minutos semanales de ejercicio moderado y reducir pantallas antes de dormir, puede amortiguar efectos como el estrés crónico o las alteraciones del sueño.

  • Establecer rutinas sociales como medida preventiva. No hace falta un giro radical. Reservar dos o tres momentos a la semana para planes concretos, como un café, una clase presencial, un taller o una actividad de grupo, ayuda a reconstruir el contacto real y reduce el aislamiento de forma progresiva.

  • Gestionar de forma consciente el uso del entorno digital. Revisar de forma periódica cómo afectan redes sociales e interacción online al estado de ánimo permite detectar cuándo conectan y cuándo desconectan. Crear espacios sin pantallas durante encuentros sociales y priorizar interacciones presenciales favorece vínculos más profundos y protectores.

El mensaje de fondo es directo: la soledad no se corrige con más notificaciones. Se combate con presencia, hábitos estables y relaciones que sostienen cuando hace falta apoyo.