lunes. 29.04.2024

"Vengo todas las mañanas a ver a mi mujer, para que me vea y que me vaya reconociendo, que no se olvide de mí". Xavier pasa horas y horas visitando a su mujer a través de un cristal de la ventana. No le falta nada más que un taburete. 

Carmen, su esposa, vive en una residencia de ancianos, y como en cualquier lugar parecido, las restricciones por el covid -19 impiden cualquier visita, incluida la de su marido, de 90 años. La mujer padece Alzheimer, diagnosticado hace 14 años, y con los años la enfermedad ha ido a peor: "Ha ido degenerando", lamenta el nonagenario: "Le hago muchos guiños, le hago tonterías, hago como que me caigo, a veces se ríe, rezamos juntos aunque nunca acabamos la oración... luego no se acuerda", explica desde la ventana de la calle Ripollés, con su mujer al otro lado del cristal.

"Es como si fuera un cuadro. Por una parte me trae recuerdos de cuando no teníamos necesidad de platicar a la ventana, pero por otro me da tristeza porque parece que la haya encerrado en una cárcel... nos vemos así, como en las películas, aunque aquí no hay teléfono por el que hablar, pero esa es mi sensación: ella se queda aquí y yo me voy", en palabras del anciano.

Su historia de amor empezó hace ni más ni menos 66 años. Él era músico de una orquesta, que contrataron para la fiesta mayor de Huesca, donde ella pasaba sus vacaciones. El anciano recuerda con ternura y una sonrisa nostálgica aquellos momentos: "Ha sido un matrimonio en el que nos hemos querido mucho y respetado mucho. Yo venía de trabajar, ella estaba en casa y le explicaba cómo me había ido el día. Íbamos de paseo, salíamos en coche de excursión, hemos estado por el norte y el sur de España, en Suiza, en Finlandia...".

No hay día en que Xavier no se acuerde de su mujer y confiese el amor por ella:  "Nos queremos mucho. Ahora ella, por el alzhéimer, le sale instintivamente decir que no con la cabeza, y yo le pregunto '¿Me quieres mucho?' y ella hace que no, así que le pregunto '¿Lo haces para hacerme rabiar, no?' y ella se ríe. 

Cuando la enfermedad empezó a afectar a las capacidades de la mujer, Xavier colocó agarres en los pasillos de casa, puso unos escalones para que pudiera salir al patio e incluso cambió el sentido de la puerta del lavabo para que ella, en caso de caerse, no la bloqueara y él pudiera entrar a ayudarla. Ahora la casa está vacía y el anciano confiesa que se pone muy triste: "Cuando me acuesto, veo la cama vacía y me da pena. Tengo una fotografía de ella en la habitación, pero no es lo mismo".

 

Su preocupación comenzó a aumentar en los inicios de la pandemia, con su mujer ya ingresada en la residencia: "No sabía si comía, si lo sabía era por sus compañeras, la llamaba por teléfono y como mucho decía 'hola', pero como tampoco puede hablar...", en palabras del anciano, que lamenta haberse encontrado "muy solo". En un año, solo han salido a pasear en tres ocasiones: "La ventana es muy importante para mí, suerte que la tengo porque, si no estuviera, la tendría que ver por la tablet".

El amor que siente Xavi por su mujer es muy fuerte, y lo demuestra día a día:  "Vendré mientras pueda para que no se olvide y le seguiré enseñando fotografías, aunque ya no se acuerda. No sé qué le debe quedar en la cabeza y qué pensará, pero si tiene un poco de conocimiento, esta situación es muy desagradable. Para mí lo es y mucho. Yo le pido a Dios que no se dé cuenta de esta situación para que sea más feliz", desea Xavier, que insiste: "Quizá sea egoísmo pero es lo que pienso".

Xavi, el hombre de 90 años que visita a su mujer con Alzheimer a través de una ventana...